El sarraceno, implacable, desprende odio de sus oscuros ojos marrones,
sin apreciar que un templario de la Guardia de Corps, ha hecho virar su montura, espoleándola a su espalda.

La mujer comprende magullada y boquiabierta, que a veces las súplicas, sí son escuchadas.

Y la destreza del monje-guerrero con el asta, hace el resto.

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